No pensaba coger el teléfono. Lo dejó bien claro en la oficina, nada de llamadas. Además la cara de la pelirroja que ocupaba la silla de enfrente en la mesa del restaurante parecía estar a punta de entornar un “lo sabía”.
No, no lo pensaba coger.
Pese a su decisión, el sonido insistía una y otra vez, a la tercera y consecutiva llamada supo que la elección de aquella melodía no había sido la acertada. Varias miradas cruzaban hacia él desde todos los puntos posibles del salón del restaurante. Y si, había reaccionado tarde, una vez más. SILENCIAR TELÉFONO.